Reconstrucción de la Conducta Predatoria: Un Paradigma Neuro-Ontogenético en el Perro Doméstico
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Autor: Marcos J. Ibáñez
La llamada “reconstrucción de la conducta predatoria” ha generado un vivo interés en la comunidad profesional canina: unos la celebran como una aplicación moderna de la neurociencia, mientras que otros la miran con cautela, creyendo que contradice la naturaleza innata de los impulsos motivacionales.
Sin embargo, esta postura crítica suele apoyarse en una comprensión parcial del proceso técnico y neuroconductual que la sustenta.
Hoy sabemos, gracias a la neurociencia del comportamiento y a la psicología comparada, que los patrones innatos no son mecanismos rígidos, sino sistemas vivos y plásticos, moldeados por la experiencia e incluso capaces de reorganizarse a lo largo de la vida del individuo.
Este artículo propone una fundamentación científica, ética y funcional del paradigma de reconstrucción conductual como un proceso de reintegración neuro-ontogenética de la conducta predatoria. No se trata de reactivar un instinto perdido, sino de reorganizar las conexiones entre motivación, cuerpo y entorno, guiando al perro hacia una expresión equilibrada, funcional y socialmente adaptada de su impulso ancestral.
I. La naturaleza emergente de la conducta predatoria: del cuerpo en acción a la construcción del impulso
Para comprender la reconstrucción, primero debemos entender el complejo concepto de “conducta”.
La etología clásica (Tinbergen, 1951) sentó las bases del estudio del comportamiento centrándose en la acción observable del organismo sobre su entorno, es decir, el 'cuerpo en acción'. Ha sido la neurociencia moderna la que ha complementado esta visión, buscando descifrar cómo esa acción es la traducción emergente de la compleja actividad cerebral y los procesos internos."
El etograma, es decir, la descripción sistemática de las acciones típicas de una especie, nos ofrece la manifestación externa de los procesos internos: motivaciones, circuitos sensoriales, decisiones y emociones se encarnan en movimiento. En el caso de la conducta predatoria, lo que observamos (orientación, fijación, acecho, persecución, captura, sacudida, consumo) es la expresión emergente de una compleja red de procesos neurobiológicos y motivacionales.
La neurociencia, por su parte, ha descrito los circuitos que sustentan esa acción. Estudios recientes (Zhao et al., 2023) muestran que la conducta de caza activa de forma coordinada el hipotálamo lateral, la amígdala, la sustancia gris periacueductal y el área tegmental ventral, todos ellos bajo la regulación dopaminérgica del sistema SEEKING descrito por Panksepp (1998). Este sistema impulsa la búsqueda y la anticipación de recompensa, y constituye la base emocional del impulso predatorio.
Sin embargo, lo determinante no es el circuito en sí, sino su expresión en la ontogenia. Ningún cánido nace con una secuencia depredadora plenamente integrada. Los cachorros manifiestan orientaciones tempranas hacia el movimiento, pero sus primeras acciones son torpes, incompletas y desorganizadas.
El desarrollo de la conducta predatoria ocurre por construcción progresiva: a través del juego, la exploración, la imitación y la experiencia, el perro aprende a coordinar las fases del patrón motor, a ajustar la intensidad y a vincular la acción con resultados gratificantes.
Así, la conducta predatoria adulta es una emergencia ontogenética, producto de la interacción entre predisposición biológica y experiencia ambiental.
Cuando este proceso ocurre en un entorno doméstico sin guía o canalización, el perro puede fijar su impulso en estímulos no funcionales como pueden ser bicicletas, corredores o coches, consolidando patrones desadaptativos.
El trabajo de reconstrucción se orienta precisamente a hacer consciente y reestructurar esa construcción previa, para guiar un nuevo aprendizaje adaptativo y seguro.
II. Del plano innato a la plasticidad dependiente de la experiencia
El error más común en el análisis de la conducta predatoria es confundir “innato” con “inmutable”.
La base neurobiológica de la predación, es decir, los circuitos subcorticales que conectan la amígdala, el hipotálamo y el mesencéfalo, es ciertamente filogenéticamente conservada (Zhao et al., 2023), pero su expresividad funcional depende de la experiencia.
La neuroplasticidad ha demostrado que incluso los comportamientos innatos son modulables: la experiencia repetida modifica la fuerza sináptica y reorganiza los patrones de activación neuronal.
Estudios en modelos animales han evidenciado que la repetición de conductas motivadas (como la caza o la agresión) induce potenciación a largo plazo (LTP) en los circuitos hipotálamo-amigdalinos, incrementando la probabilidad de aparición futura del mismo patrón (Kigar et al., 2024; PNAS, 2020).
En el perro, cada experiencia de persecución no controlada, por ejemplo, correr tras un estímulo móvil, potencia físicamente las vías dopaminérgicas que sostienen ese patrón motor.
El cerebro no diferencia entre “correcto” e “incorrecto”: aprende lo que repite y repite lo que gratifica.
La reconstrucción conductual se apoya en este principio. No niega la existencia de un plano innato, sino que lo utiliza como base para reconstruir nuevas asociaciones sinápticas y cognitivas, guiadas por el aprendizaje y la cooperación.
Mediante la plasticidad dependiente de la experiencia, los circuitos que antes sostenían un comportamiento problemático (persecución descontrolada) pueden debilitarse, mientras se fortalecen vías alternativas más funcionales, asociadas a conductas de control, atención y cooperación.
En otras palabras, el mismo cerebro que aprendió a perseguir puede aprender a orientarse, detenerse o colaborar; no porque el instinto desaparezca, sino porque la experiencia reconfigura su arquitectura funcional.
III. Reconsolidación: fundamento neurobiológico de la reconstrucción
El marco teórico más preciso para comprender la reconstrucción conductual es el de la reconsolidación de la memoria.
Las secuencias motoras, como la conducta predatoria, se almacenan en forma de memoria procedimental o motora. Durante mucho tiempo se pensó que una vez consolidadas, esas memorias eran estables e inalterables.
Hoy sabemos que cuando una memoria se reactiva, entra temporalmente en un estado lábil y maleable, durante el cual puede actualizarse, modificarse o integrarse con nueva información antes de reconsolidarse (Nader et al., 2000; Lee, 2009; Dudai, 2012).
En el contexto de la intervención conductual, este principio permite “reescribir” patrones motores desadaptativos.
Durante una exposición controlada al estímulo desencadenante se reactiva la memoria motora de persecución. Si en ese instante se introduce una respuesta alternativa incompatible (mirar al guía, olfatear el suelo, etc), y esta se “refuerza positivamente”, la memoria original se reconsolida incorporando esa nueva información.
El resultado no es una simple inhibición del impulso, sino una actualización del patrón motor original.
El perro no “reprime” la persecución: su cerebro reescribe el significado del estímulo.
Esta diferencia es crítica. La extinción crea una nueva memoria inhibitoria que compite con la original; la reconsolidación, en cambio, la transforma desde dentro. Por ello, los cambios derivados de la reconsolidación son más duraderos, resistentes y estables en el tiempo.
IV. De la subcorteza a la corteza: cooperación y control
La reconstrucción también tiene una dimensión cortical.
Toda conducta predatoria se origina en impulsos subcorticales automáticos, pero su modulación depende de la intervención cortical superior, especialmente de la corteza prefrontal (PFC) y orbitofrontal, responsables del control inhibitorio, la toma de decisiones y la regulación emocional (Aron et al., 2014; Physiological Reviews, 2021).
El objetivo del proceso reconstructivo es fortalecer la comunicación entre estas áreas corticales y los centros subcorticales del impulso, favoreciendo un control descendente (top-down) que permita al perro actuar desde la elección y no desde el automatismo.
El punto clave de intervención es lo que denominamos “punto de fluctuación”: el instante en que el perro detecta el estímulo, pero aún no ha iniciado la acción motora. En ese microsegundo de tensión entre deseo y ejecución, la corteza tiene la oportunidad de modular la respuesta.
El entrenamiento de reconstruccción busca ensanchar ese margen de decisión, ofreciendo al perro alternativas conductuales gratificantes que satisfagan la misma necesidad motivacional de búsqueda y recompensa.
Al potenciar estas vías cortical-subcorticales, el perro desarrolla una autorregulación emocional real, no una supresión forzada del instinto.
Ética y funcionalmente, esto es crucial: el guía no “bloquea” la naturaleza del perro, sino que la acompaña, la canaliza y la transforma en cooperación.
Esta dinámica refleja, además, la relación evolutiva original entre perro y humano: dos cazadores sociales que aprendieron a coordinar sus impulsos para lograr un objetivo común.
V. La reconstrucción como proceso ético, científico y de bienestar
El paradigma de la reconstrucción no solo es científicamente válido, sino éticamente necesario.
Negar la expresión del impulso predatorio conduce a frustración, estrés y comportamientos compensatorios; permitirlo sin control, a riesgo y conflicto.
La reconstrucción ofrece un camino intermedio y responsable: comprender, modular y transformar, en lugar de reprimir o ignorar.
Desde el punto de vista del bienestar animal, esta práctica restaura el equilibrio del sistema motivacional.
Los estudios sobre bienestar y neurofisiología del estrés (Kigar et al., 2024) demuestran que la ejecución completa de secuencias conductuales coherentes, incluso simuladas, reduce el cortisol y aumenta la liberación de endorfinas.
En términos psicológicos, podríamos decir que la reconstrucción devuelve al perro la posibilidad de “ser él mismo”, pero en un contexto compatible con la vida humana.
En lo profesional, el paradigma de la reconstrucción marca una evolución del adiestramiento hacia la neuroeducación: un modelo que integra conocimiento científico, empatía y responsabilidad social.
La formación del profesional en conducta canina debe basarse no en el control o la obediencia, sino en la lectura del cuerpo, la comprensión del impulso y la co-regulación emocional.
Así, reconstruir la conducta predatoria no es “adiestrar para no perseguir”, sino enseñar al perro a vivir plenamente su impulso dentro de los márgenes de la convivencia ética.
Conclusión: reconstruir para integrar, integrar para comprender
La reconstrucción conductual no es una moda terminológica ni un error conceptual: es la aplicación práctica de los descubrimientos más recientes sobre neuroplasticidad, ontogenia conductual y reconsolidación de la memoria.
Frente a los paradigmas que reducen la conducta predatoria a un reflejo inmutable o a un problema a corregir, este enfoque reconoce su naturaleza dinámica, plástica y relacional.
Reconstruir significa reintegrar cuerpo, cerebro y entorno; guiar la plasticidad natural del perro hacia un equilibrio funcional y emocional.
Es un proceso científico, porque se apoya en evidencia neurobiológica; es funcional, porque produce resultados observables en el comportamiento y el bienestar; y es ético, porque respeta la esencia del perro como ser motivado, sensible y social.
El perro doméstico no ha perdido su instinto cazador: lo ha transformado en búsqueda, juego y vínculo.
Nuestra tarea no es apagar ese fuego, sino darle forma, dirección y sentido.
Esa es la verdadera reconstrucción: un acto de conocimiento, cooperación y respeto hacia la naturaleza del animal y hacia la relación que compartimos con él desde hace milenios.
Referencias
- Aron, A. R. (2014). Cortical and Subcortical Contributions to Stop Signal Response Inhibition. Journal of Neuroscience, 34(7), 2422–2433.
- Coppinger, R., & Coppinger, L. (2016). What is a Dog? University of Chicago Press.
- Dudai, Y. (2012). The Restless Engram: Consolidations Never End. Annual Review of Psychology, 63, 1–24.
- Kigar, S. L., et al. (2024). Brain, Behavior, and Physiological Changes Associated with Predator Stress. Frontiers in Molecular Neuroscience, 17, 1322273.
- Lee, J. L. C. (2009). Reconsolidation: Maintaining Memory Relevance. Trends in Neurosciences, 32(8), 413–420.
- Nader, K., Schafe, G. E., & LeDoux, J. E. (2000). Fear Memories Require Protein Synthesis in the Amygdala for Reconsolidation after Retrieval. Nature, 406(6797), 722–726.
- Panksepp, J., & Biven, L. (2012). The Archaeology of Mind: Neuroevolutionary Origins of Human Emotions. Norton.
- Shan, S., Xu, F., & Brenig, B. (2021). Genome-Wide Association Studies Reveal Neurological Genes for Dog Herding, Predation, Temperament, and Trainability Traits. Frontiers in Veterinary Science, 8, 693290.
- Stevanin, G. (2022). Development of an Ethogram for Predatory Behaviour in Dogs. University of Padua.
- Tinbergen, N. (1951). The Study of Instinct. Oxford University Press.
- Zhao, Z. D., Zhang, L., Kim, D., Li, H., & Shen, W. L. (2023). Neurocircuitry of Predatory Hunting. Neuroscience Bulletin, 39(5), 817–831.